Todos
a lo largo de nuestra vida nos hemos hecho, al menos, una radiografía.
Cuando colocamos nuestra mano frente al sol, podemos apreciar que los
rayos la ''atraviesan'', parece transparente. Hoy día tenemos un
conocimiento más que notable sobre la estructura del esqueleto humano, pero ¿cómo es posible? Gracias a Wilhelm Conrad Röntgen que, en 1895, investigando ciertas fluorescencias, determinó que existían rayos cuya radiación resultaba muy penetrante, pero invisible, llegando a atravesar grandes espesores de papel e, incluso, metales poco densos.
No contento con eso, en un determinado momento, se le ocurrió realizar
la primera radiografía humana, usando la mano de su mujer. Los llamó "rayos incógnita" o "rayos X", como actualmente los conocemos, porque no sabía qué eran exactamente.
Nikola Tesla, en 1897, sería el que advirtiese del peligro que supone para los organismos biológicos la exposición a estas radiaciones. Es por ello que los médicos no permanecen en la sala de rayos X cuando se llevan a cabo radiografías y, por supuesto, no se aconsejan a mujeres embarazadas ya que pueden suponer un peligro para el futuro bebé.
Nikola Tesla, en 1897, sería el que advirtiese del peligro que supone para los organismos biológicos la exposición a estas radiaciones. Es por ello que los médicos no permanecen en la sala de rayos X cuando se llevan a cabo radiografías y, por supuesto, no se aconsejan a mujeres embarazadas ya que pueden suponer un peligro para el futuro bebé.
Este
descubrimiento supuso un avance enorme en el campo de la medicina
permitiendo detectar enfermedades del esqueleto o de los tejidos
blandos, aunque tiene limitaciones. Existen zonas del cuerpo que no
pueden observarse mediante estas radiaciones de onda corta como, por
ejemplo, el cerebro y los músculos. No obstante, existen otras alternativas. También pueden utilizarse para determinar defectos en componentes técnicos.
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